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Una ventana en el suelo.

2 de febrero de 2024

Hoy es dos de febrero de 2024, el vigésimo segundo cumpleaños de John Valverde, y sigue siendo virgen.

No le han faltado oportunidades, ni candidatas, para llevar una vida sexual normal, pero John, como bien sabes, no es precisamente normal.  John es capaz de percibir con total nitidez el corazón de los seres humanos que tiene cerca.  No es que escuche los pensamientos, como quien oye una emisora de radio o un discurso elaborado: lee directamente en los corazones. Recibe, en un nítido eco que traspasa los tejidos, a golpes de miedo, esperanza, tristeza, rencor o bondad, todas las sensaciones de los que están a su alrededor.



Por ese motivo, John no puede establecer una relación convencional con casi nadie. Cuando escucha, lo hace con los oídos y el alma.  Dice que todos los hombres se mienten entre ellos, aunque no se den cuenta.  Que no es cierto que aquel que vemos en la estación de metro esté hablando de lo lluvioso que está el día; en realidad habla de su hija, a la que ama con un ardor que escuece, y está preocupado porque vive sola y quizás haya salido de casa sin una gabardina para protegerse.  Que no es cierto que la mujer de aquel puesto en el mercado quiera vender sus productos cuando grita; que lo que quiere, y lo está gritando con sus entrañas aunque solo John lo oiga, es que su marido al fin atienda sus necesidades sexuales, pero que sabe que no lo hace porque está algo gorda, y sospecha que se va de putas los viernes por la noche, y ella, la mujer del mercado, imagina a su marido con una de esas mujeres, y el retrato imaginado llega a la mente de John, con su repulsa y su espanto, con su dolor y su ira.  Así lo percibe John, así es la vida para él, siempre.

No es fácil ser John Valverde, y cuando uno se detiene a pensar en sus peculiares circunstancias, llega a comprender que aún siga siendo virgen.  Lo más probable es que sepa qué pasa por la cabeza de los amantes mejor que ellos mismos y quizás eso provoque que su libido mengüe.  Quizás sepa exactamente qué personas lo desean, qué piensan quienes ven su cuerpo y sienten el ansia de un acercamiento, de un contacto. Quizás haya comprobado que el deseo de una caricia termina en un caos de recuerdos, de instantáneas, de instintos; en una locura de hilazón inconexa al fin, al final, en el último instante.  Quizás a John le dé miedo yacer con una mujer y verse en medio de tal vorágine sin poder explicar qué le ocurre.

Para John, la gente es transparente, todos están crudamente desnudos.  Para John, la gente no es como ellos mismos se ven reflejados en los escaparates.  La mujer elegante de zapato de tacón, que todos vemos esbelta y atractiva en su andar decidido, John la ve como se ve ella misma en ese reflejo: demasiadas caderas, las piernas gordas, debería comer menos, nadie me va a querer.  John, que luego quizás la mire y se dé cuenta de lo equivocada que está, con frecuencia contiene el deseo de agarrar sus brazos, los de esa mujer o los de cualquier otra persona que deforma su propia forma, y decirle que no se mire así, que se está mintiendo, que se ame, que es infinitamente hermosa debajo de su desnudez.

Hoy John Valverde cumple veintidós años.  Quienes se cruzan con él por las calles de Sarajevo, donde estamos pasando este templado invierno, ven a un hombre apuesto, de piel curtida por el sol y las olas, porque es marino y buzo profesional.  Tiene los hombros cargados, el andar algo bamboleante, es rubio, de un rubio oscuro que brilla un poco en un pelo duro por su ascendencia irlandesa.  Los ojos azules apenas se le ven, y él sabe que hay mujeres que han pensado que es una lástima que siempre esté con la mirada gacha, pues tiene unos ojos muy bonitos.  Los ojos de John cambian su brillo según qué piense quien los observa, pero nadie excepto nosotros, que vivimos con él, se da cuenta.  John imagina una ventana en el suelo, y al otro lado coloca los pensamientos que percibe.  Dice que es una manera de no involucrarse, de separar lo ajeno de lo propio.  Yo creo que es un buen sistema.


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