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Una muerte en un retal (II): recuerdos que explotan.

20 de enero de 2024


Los recuerdos poseen una cualidad que no pueden remedar la voz o la palabra escrita: son una bomba.  Mientras que un relato tiene un principio, un final, y un orden, un recuerdo puede explotar y esparcirse sembrando el caos.  Dentro de cada recuerdo están comprimidas las sensaciones que éste proporcionó, sus consecuencias, lo que supuso para nuestro tiempo posterior al acto recordado. Cuando recordamos, todo eso explota en nuestro interior.

El recuerdo que captó John en la mente del hombre que mató a su hermano fue una de esas bombas capaces de aniquilar no solo al que recuerda, también al que conoce el suceso.
La misión en Zagreb llevaba tres días estancada.  La ciudad, además, tiene heridas que ninguna reforma urbanística ha logrado restañar.  No estábamos cómodos, pero habíamos seguido una pista y no nos quedaba más remedio que esperar a que ocurriera algo.  No voy a explicar aquí más detalles de esta misión; aún quedan flecos sueltos, y vidas en juego.  La historia que voy a contar no tiene ninguna relación con ella.

Para un hombre que puede leer los pensamientos, las calles de una ciudad que tiene pesadillas son el peor lugar posible.  John estaba incómodo, a pesar de que utilizaba con frecuencia el inhibidor que le proporcionamos para impedir que los pensamientos de los demás se colaran en su cabeza.  Su habitual mutismo, al que Olí y yo ya estábamos acostumbrados, se acompañaba de algún quejido, muchos suspiros, pesadillas y vagabundeos por los parques.  Nada podemos hacer mi compañero y yo por evitarle el sufrimiento, excepto haberle regalado el inhibidor.  John tiene un don y sabe que al utilizarlo puede ayudar a la humanidad.  A veces es agradable.  Como nosotros escarbamos en los peores pozos de esta sociedad, casi siempre es doloroso.

El pasado diez de enero John y yo descansábamos en la habitación del hotel.  A ti puede parecerte que nuestra vida es intensa y la acción se sucede sin descanso, pero eso es porque no sabes cómo es nuestro trabajo.  En realidad, el noventa por ciento de nuestro tiempo es eso, esperar que ocurra algo.
John se levantó de la silla donde estaba sentado —navegando por internet desde su teléfono— y miró por la ventana.  Yo esperé a que dijera algo.  John salió de la habitación.  Le escuché bajar por las escaleras hacia la calle, por lo que me levanté a mirar por la ventana para ver a dónde se dirigía.
Lo vi desde arriba mirar a uno y otro lado y finalmente dirigirse a la izquierda.  Decidí no seguirlo.  Al cabo de unos minutos, Olí me avisó:

—John ha comprado un billete de autobús hacia Zadar.  Sale en veinte minutos.

Salí disparado a la estación, llevando la tableta de Olí conmigo, y sin decir palabra le acompañamos.
Lo que ocurrió después ya os lo conté hace pocos días.

Si tienes estómago, y quieres saber por qué John incendió una casa, este es el relato en sus propias palabras:

"Ese hombre ha matado a su hermano.  Yo le he ayudado a borrar todas las pistas que puedan incriminarlo."

"Un recuerdo doloroso es fácil de captar; se abre paso de manera apabullante, se impone ante las pequeñas alegrías o los pensamientos rutinarios que tienen las personas.  Aplasta la música que tararean, funde los discursos banales que corren como un pequeño río.  El dolor de los recuerdos explota en sus cabezas, a veces una y otra vez, y la onda expansiva me llega con toda su carga de dolor y vergüenza.  Si todos fueran como yo, no existiría el dolor; nadie querría que los demás sufrieran esos recuerdos."

"Sentí una muerte cargada de un dolor muy intenso. Ya he percibido muchas muertes, y violaciones, y heridas, y vejaciones.  Ya he visto tanto, bueno y malo, que creo que nada va a sorprenderme. Pero el dolor del hombre que pasó bajo la ventana ese día era diferente, era inmenso, desesperado.  Como una bomba, junto al dolor estallaron todos sus matices.  Así, supe que el que había asesinado era su hermano, dos o tres años mayor que él.  Supe que le había diluido tranquilizantes en una botella de güisky.  Que el hermano se había quejado de su sabor amargo.  Mientras bebía, el asesino estaba sentado frente a él, pasando mucho miedo, temiendo que su hermano le tendiera un vaso.   Los había escondido para evitar que eso ocurriera.  El hermano mayor, ofuscado, bebió, maldiciéndolo todo.  Al fondo de la habitación estaba la madre de ambos.  Una mujer morena y avejentada, viuda, pobre, con el alma marcada por infinitas heridas."

"Parece que el hermano mayor, tras beberse media botella, cayó sobre la mesa.  La madre se alarmó al escuchar el golpe.  Aquel hijo suyo, el mayor, le había dado tantas palizas a su madre que cada vez que sonaba un ruido fuerte, ella se encogía, soltando lo que tuviera en las manos."

"El hijo pequeño, el asesino, le dijo algo a su madre.  Yo no entiendo el croata, pero sé que le dijo que no se preocupara, que Andro se había dormido.  Pude ver, en el recuerdo, la cara de alivio de esa mujer.  El hombre arrastró al borracho hasta fuera de la casa.  Vi un jardín, la fachada de un chalé elegante.  Todos estos recuerdos me llegaron de golpe, a la vez.  Supongo que no es fácil comprenderlo si no lo has sentido antes."

"Seguí al asesino en Zagreb, sintiendo que debía ayudarle.  Necesitaba saber qué había ocurrido, cómo y por qué había muerto su hermano. Cuando llegamos a la estación de autobuses, compró un billete para Zadar, y así supe que era en esa ciudad donde habían ocurrido los hechos."

"Cuando le seguí  hasta la casa donde había ocurrido la muerte, supe el resto de la historia, tanto los motivos por los que ocurrió el asesinato como todo lo que ocurrió después."

"Andro, el muerto, había sido violado durante la guerra, había presenciado la muerte de su padre, degollado ante él, había sido obligado a disparar una pistola contra hombres que no conocía.  A Andro, sus enemigos lo habían convertido en un psicópata.  Con diez años ya se emborrachaba para no tener pesadillas.  Con quince, su pasado regresó a recordarle lo que había aprendido, y se convirtió en un animal, un asesino, un depredador de vidas."

"Su madre había intentado paliar su locura, sabiendo que era imposible.  Ella también había presenciado tantos horrores como su hijo, y había sufrido maltratos y violaciones tantas veces, que era incapaz de recordarlas todas.  Ahora, su hijo era quien le pegaba palizas, alcoholizado, destrozada su mente por haber vivido una guerra siendo un niño de cinco años.  Ella sabía que fuera de casa era un criminal, tan despiadado y cruel como habían sido con él en su infancia, pero no decía nada.  Esperaba que algún día alguien lo matara, llorarlo un tiempo, y después sentirse liberada."

"Para el hermano menor, nacido tres años después que Andro fruto de una violación, las cosas no fueron tan terribles.  Su madre logró esconderlo, salvando así su vida los primeros años.  A pesar de la malnutrición, el crío sobrevivió, y pasada la guerra se convirtió en el único motivo por el que la madre quiso seguir viviendo.  En él había esperanza, normalidad, humanidad."

"Las cosas habían llegado a un punto sin retorno.  La madre y sus dos hijos vivían en Zadar acogidos por una familia rica.  Su hogar era la casita del jardín, con una sola habitación para los tres y un aseo. A cambio, la madre limpiaba la casa grande, el hermano menor cuidaba el jardín... y entre ambos procuraban que la presencia del mayor, siempre borracho cuando estaba allí, pasara lo más desapercibida posible."

"Pero la familia que les acogió ya no podía soportar más aquello.  Andro debía abandonar la casa, o hacerlo todos.  Y no tenían donde ir.  El hermano menor, al que leí la mente, no tenía formación ni capacidad intelectual para desarrollar muchos oficios, y la madre apenas podía con su cuerpo maltratado.  La existencia de Andro era una condena para todos."

"Y el hermano hizo lo único que se le ocurrió: matarlo.  Lo odiaba desde siempre.  No vi ni un solo recuerdo agradable hacia él en toda su vida.  Todos eran dolorosos, todos llevaban una carga inmensa de frustración.  Sabía que por su culpa pronto dormirían en la calle, rebuscarían entre las basuras, morirían entre la mugre que un pasado violento había dibujado las calles de esta tierra maldita.  En su mente confundida, comprendió que si su hermano moría, ellos podrían quedarse allí, trabajando tranquilos, por fin en paz.  Aquella noche, la familia para la que trabajaban estaba fuera, y en ocasiones así les permitían estar en la cocina las horas previas al sueño.  Cogió las pastillas del cuarto de baño de la señora de la casa, unos tranquilizantes.  Disolvió la mitad en la botella y cuando Andro se desmayo, lo arrastró a la casa del jardín y allí le hizo ingerir el resto de la caja.  Comprobó cómo su corazón dejó de latir, y cuando vio a su hermano muerto, se dio cuenta de que su madre no sabía nada.  Le entró el pánico, y lo único que se le ocurrió fue huir de allí, marchándose a Zagreb.  Por la mañana, tras pasar la noche deambulando por las calles de la ciudad, decidió volver y afrontar los hechos.  Fue ahí cuando pasó por debajo de nuestra ventana del hotel y supe lo que estaba ocurriendo."

"Al seguirle, mientras sus pensamientos se enredaban por su cabeza llena de telarañas, fui montando toda la historia, encajando cada recuerdo.  Cuando llegamos hasta la casa, supe que la madre había dormido en la misma habitación que el cadáver, pocas horas, preocupada por su hijo pequeño y sin darse cuenta de que el mayor estaba muerto en la otra esquina de la habitación.  Allí me di cuenta de que aquel hijo no debía confesar nada, que yo debía ayudarle a que todo pareciera un suicidio, o un accidente, para que la vida que les resta por vivir a la madre y al hijo no fuera peor de lo que ya había sido.  Nadie iba a comprender los porqués de este asesinato.  Nadie iba a perdonar al hijo.  Él no era capaz de urdir una mentira que le librara de la cárcel."

"Hablé con él, haciéndome pasar por un enviado del más allá, aunque sin entrar en detalles.  Al tratarse de un hombre con la capacidad intelectual algo reducida, y estar cansado y lleno de miedo, me creyó.  Le conté su vida, justifiqué sus actos y le dije que jamás le debía confesar a su madre lo que había hecho, pues eso solo acarrearía más sufrimiento.  Durante la tarde preparamos todo para que pareciera que el hermano, en un último acto de locura, se había suicidado, quemando además la casa del jardín."


Este es el relato que John nos hizo, una vez pudimos salir del incendio sin que nadie nos viera.  A pesar de haberse salido con la suya, John no parecía aliviado por lo que había hecho.  Se sentía culpable, dudaba si su decisión había sido la correcta.  Ni Olí ni yo supimos sacarle de su duda.  Teníamos muy presente que a John no le valen las mentiras piadosas; que a un hombre que te puede leer el pensamiento no es posible decirle palabras que no se sienten, porque sabe que son mentira.  Con John solo cabe la verdad.

Esa es su condena.

Para saber más, pulsa aquí.

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