21 de marzo de 2024
La cabaña era pequeña, pero no así el frondoso bosque que la rodeaba, que se extendía hasta la cordillera nevada. Además, Shen apenas subía al exterior; pasaba la mayor parte de los días y las noches en el sótano, bajo las raíces de los árboles que a veces se asomaban por las paredes de cemento, investigando. Solo salía cuando se lo pedía Estrella.
Esta era una de esas veces. Él lo comprendía, y ciertamente agradecía tenerla cerca.
—Tengo que darte las gracias por haber bajado a pedirme que saliera, Estrella. No recuerdo ni cuánto llevaba metido en el laboratorio del sótano. Me está viniendo muy bien este paseo.
—Llevabas dos días ahí abajo. ¿Quieres decir que ni siquiera llevas un control del tiempo que pasas ahí abajo?
—Al no haber luz natural, pierdo la noción. Pero se trata de experimentos que requieren atención constante; casi prefiero no saber si es de noche o de día, así no me distraigo.
Hacía frío, y Shen y Estrella paseaban despacio por el camino sinuoso, rodeados de hayas. Caminaban abrazados, él cogiéndola de un hombro, con la otra mano en el bolsillo del pantalón, observando sin pensar; ella rodeando con los brazos la cintura del hombre, con la cabeza apoyada en su pecho, adaptando el paso el uno al otro. La luz del otoño tardío se colaba entre las ramas y las hojas. Era mediodía y hacía frío. Estrella llevaba un jersey grueso, de color marrón y cuello alto, y Shen no se había quitado la bata blanca. Recorrieron en silencio todo el camino hasta completar la vuelta y regresar a la cabaña de madera. Se quedaron en la cocina, donde Estrella había organizado sus comunicadores, para comer algo.
—¿Y con qué estás tú? —preguntó Shen al ver las múltiples pantallas encendidas sobre la mesa, cada una con una imagen diferente, de textos, gráficos, vectores y fórmulas.
—He pensado en un procedimiento nuevo para detectar aminoácidos, pero aún estoy diseñándolo. Hay bastante que estudiar, así que, bueno, no me aburro mientras estás abajo.
Shen observó las pantallas con interés. Por lo que veía, parecía que Estrella iba por buen camino. Omitió decir que se trataba de un procedimiento que ya se había utilizado en alguna ocasión y pensó que, cuando bajara al sótano, quizás podría impedir que el buscador le llevara a esa conclusión a Estrella en su investigación.
Comieron una ensalada tibia con pan recién hecho; se miraron a los ojos con ternura durante varios minutos y, finalmente, hicieron el amor en el sofá. El cuerpo de Estrella era delgado y armonioso, como el de una joven de poco más de veinte años, aunque tuviera el rostro de una mujer de cuarenta. Shen no podía pedir más: inteligencia, belleza, entrega, ternura, comprensión y amistad. Estrella y Shen, la cabaña y la ciencia. El mundo era perfecto con esos cuatro ingredientes.
—Te adoro —dijo ella, acariciando el rostro del hombre—.
—Y yo a ti, querida mía —respondió Shen—.
Permanecieron abrazados casi media hora, en silencio, hasta que a Shen se le quedo dormido un brazo. Ella se apartó un poco para permitirle sacarlo de debajo de su cuerpo.
—Tienes que bajar o tus experimentos van a echarte de menos —dijo Estrella cuando empezó a percibir que Shen se inquietaba un poco.
—Sí, debo bajar ya, o acabaré durmiéndome en tus brazos. Y lo cierto es que es tentador. Pero las criaturas de abajo necesitan mis cuidados.
—Yo también quiero seguir leyendo —dijo ella, que también parecía estar pensando en su investigación sobre aminoácidos—. Supongo que luego me acostaré, así que nos veremos mañana. Si no subes, bajaré yo para llevarte otra vez de paseo.
Shen observó a Estrella, admirado. Era perfecta. Perfecta en todo.
—Estrella, gracias. Eres capaz de comprenderme, y aunque esté siempre ahí abajo, saber que te tengo me da estabilidad. De verdad, gracias por estar aquí.
Estrella lo miró con infinita ternura.
—No, gracias a ti, Shen. Gracias por fabricarme.
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Durante la década de los noventa del siglo XXI, la manipulación genética experimentó un auge que llevó hasta la creación de vida "a la carta". No faltaron quienes, llevados por la nostalgia de la vida familiar que caracterizó la sociedad humana de los siglos previos, fabricaron un compañero perfecto.
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Durante la década de los noventa del siglo XXI, la manipulación genética experimentó un auge que llevó hasta la creación de vida "a la carta". No faltaron quienes, llevados por la nostalgia de la vida familiar que caracterizó la sociedad humana de los siglos previos, fabricaron un compañero perfecto.
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